DIA DEL TRABAJADOR.
De todo cuanto en el mundo existe y vive
y siente, eres tú lo más valioso, lo más imprescindible.
Puede que nadie te haya explicado la maravilla
de tus brazos, la gracia de tus manos,
el valor de estar en pie, seguro de tus ojos,
humecido de sudor, endurecido en las faenas
a pesar del cansancio y la sed y el escozor
y el fango o el polvo. Ciertamente,
sólo aquellos con corazón generoso y admirado,
han de ser los que vendrán y digan, hombre grato,
jornalero, sea cual sea tu rincón del mundo,
eres lo más valioso que la vida ofrece.
Puede que nadie te haya corregido cuando te mientas
a tí mismo rudo, casi bestia de carga
y te comparas con el amo y el patrón y contratistas,
a quien llamas jefecitos, señores educados.
No. Ciertamente, no todos son propietarios
de corazones generosos, valientes y admirados,
aunque puedan concluirlo: Vales mucho, eres lo más valioso
que el universo ofrece; por tí tiene sentido la vida.
Sólo que trabajas con tus manos y en tí se gestó
la obediencia, la lealtad, las humildes virtudes.
Tú me siembras los campos, campesino.
Tú recoges mis cosechas, migrante.
Tú edificas, tú cargas mis camiones,
tú, el peor pagado, el perseguido,
el más rudo y torpe de labios.
Puede que nadie te haya explicado
por qué no se hicieron escuelas en tu rancho.
Ni por qué, por tradición, siglo tras siglo,
es tu familia pobre. O tu ascenso tan lento.
O se mueren tus críos antes que venga
un médico o el socorro propicio. O el alimento idóneo.
No. Ciertamente, no es corazón generoso,
quien te mantiene simple, manso, soportador,
aún cuando intuye: De todo cuanto en el mundo existe
y vive y siente, eres tú lo más valioso, lo más imprescindible.
y siente, eres tú lo más valioso, lo más imprescindible.
Puede que nadie te haya explicado la maravilla
de tus brazos, la gracia de tus manos,
el valor de estar en pie, seguro de tus ojos,
humecido de sudor, endurecido en las faenas
a pesar del cansancio y la sed y el escozor
y el fango o el polvo. Ciertamente,
sólo aquellos con corazón generoso y admirado,
han de ser los que vendrán y digan, hombre grato,
jornalero, sea cual sea tu rincón del mundo,
eres lo más valioso que la vida ofrece.
Puede que nadie te haya corregido cuando te mientas
a tí mismo rudo, casi bestia de carga
y te comparas con el amo y el patrón y contratistas,
a quien llamas jefecitos, señores educados.
No. Ciertamente, no todos son propietarios
de corazones generosos, valientes y admirados,
aunque puedan concluirlo: Vales mucho, eres lo más valioso
que el universo ofrece; por tí tiene sentido la vida.
Sólo que trabajas con tus manos y en tí se gestó
la obediencia, la lealtad, las humildes virtudes.
Tú me siembras los campos, campesino.
Tú recoges mis cosechas, migrante.
Tú edificas, tú cargas mis camiones,
tú, el peor pagado, el perseguido,
el más rudo y torpe de labios.
Puede que nadie te haya explicado
por qué no se hicieron escuelas en tu rancho.
Ni por qué, por tradición, siglo tras siglo,
es tu familia pobre. O tu ascenso tan lento.
O se mueren tus críos antes que venga
un médico o el socorro propicio. O el alimento idóneo.
No. Ciertamente, no es corazón generoso,
quien te mantiene simple, manso, soportador,
aún cuando intuye: De todo cuanto en el mundo existe
y vive y siente, eres tú lo más valioso, lo más imprescindible.
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