AYA MARKAY KILLA NOS TRAERÁ DE NUEVO
En las postrimerías de los tiempos prehispánicos, antes de la llegada de los conquistadores europeos, durante el mes de noviembre o Aya Markay killa (mes de llevar difuntos) como era conocido, los incas sacaban a los muertos de sus tumbas, los vestían con finas prendas, les daban de comer y beber ritualmente, adornaban sus cabezas con plumas de vistosas aves, cantaban y danzaban con ellos mientras los llevaban en andas. Respecto al tema comentaba el Padre Francisco de Avila en el siglo XVII que: "Para los indios son de mucha veneración los cuerpos de los difuntos progenitores (…) y a éstos adoran como dioses". Durante este mes también se realizaban otro tipo de ceremonias de importancia como el ritual de horadar las orejas a los incas de la nobleza, también se efectuaba el primer corte de cabello a los niños y se incorporaban mujeres jóvenes (vírgenes del sol) a las aclla huasi (casa de las escogidas) para que aprendan a hilar y tejer ropa fina para el inca y los demás señores principales. Aya Markay killa estaba vinculada al calendario agrícola, pues era la única fiesta que se celebraba al iniciarse la cosecha, momento en el que se realizaba el primer gran banquete después del período de escasez de los meses precedentes, el cual debía compartirse con los seres queridos ya fallecidos como si estuvieran vivos. En la cosmovisión andina prehispánica existían cuatro mundos: el Jawa Pacha, o mundo infinito; el Janaj Pacha, o mundo de las estrellas, la luna y los fenómenos meteorológicos; el Kay Pacha, o mundo de la vida, y el Ukhu Pacha, que era el mundo de los muertos o los ancestros. Este último se diferenciaba poco del mundo de los vivos. En él había ríos subterráneos, lagos, montañas y prados. Allí no reinaba la oscuridad, ya que el sol, tras alumbrar el mundo de los vivos, se sumergía en el mar y continuaba dando su luz al mundo de los muertos. En el Ucu Pacha los muertos hacían una vida cotidiana ordinaria, comían, trabajaban, bailaban. En este contexto se puede decir que para los Incas la muerte era el pasaje de esta a la otra vida, del Kay Pacha al Ucu Pacha. El Inka muerto continuaba reinando desde su panaca, formada por sus mujeres, sacerdotes, servidores, parientes, entre otros de su Corte, los que tenían la obligación de mantener su cuerpo o momia en buen estado, perpetuar el culto y cuidar permanentemente su memoria y status. Por otra parte, además del poder político que el difunto seguía conservando, se le sumaba el poder simbólico o religioso de transformarse en huaca u objeto de culto. Cuenta la historia que Atahualpa, condenado a morir quemado, es decir condenado a la destrucción total de su cuerpo, aceptó todo castigo y humillación –como aceptar ser bautizado- a cambio de que su muerte no se perpetrara en la hoguera. Se creía que el orden universal dependía del poder de las momias convertidas en ancestros; por ello, en caso de que esos “fardos sagrados” fueran enajenados por el enemigo, la única opción que quedaba era rendirse para recuperarlos, porque su conservación significaba seguir "viviendo". Por lo antedicho es que se justifica el esmero especial en cuidar y conservar los cuerpos, los cuales eran poseedores del camaquen o fuerza vital a veces traducido como “alma”, que desaparecía solo cuando el cadáver se incineraba o desintegraba. Las momias en tanto ancestros eran consultadas por los “sacerdotes” o miembros del “consejo de ancianos”; por lo que se puede interpretar que las momias eran como oráculos de importancia. Los difuntos, momias o mallquis, continuaban participando en reuniones familiares, en las que se juntaban con sus otros antepasados muertos, compartiendo bebidas, comidas y fiestas; siendo los miembros de las panacas respectivas los encargados de trasladarlas de un lugar a otro. La muerte era una etapa más de la vida, tal vez la más importante. Los hitos importantes en el ciclo vital fueron el nacimiento con el ritual del primer corte de cabello al año de vida que indicaba el nacimiento social de los individuos; la adultez, con el horadamiento de las orejas y su consecuente conversión en “orejón” o “noble” y para el Inca la toma del poder y el casamiento; finalmente la muerte y la subsiguiente conversión en ancestro. La transformación en ancestro se concretaba al año de la muerte en la celebración de un rito denominado Purucaya, que era de carácter público y duraba un mes. Según el cronista Cieza de León la transformación en ancestro se denominaba “illa” cuyo concepto se relacionaba con la fertilidad en tanto generador y portador de energía vital, lo que garantizaba el bienestar de la comunidad. La diferencia conceptual de la vida y la muerte entre el mundo prehispánico y el occidental, sumado a la situación de poder de estos últimos que, sistemáticamente se encargaron de destruir los ancestros y la dignidad de todo un continente, generó un abismo entre dos culturas, que tras cinco siglos recién empieza a atisbarse un acercamiento y valorización largamente postergados.
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